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lunes, septiembre 18, 2006

Arctic Monkeys: La nueva savia del rock and roll

No se percibía tanto entusiasmo respecto a un grupo en la gran isla desde 1994, año en que debutó Oasis. Resguardando cuidado en dicho parangón, Arctic Monkeys y su disco debut encarnan aquello que, anteriormente, ha enaltecido a tantos otros grupos: la actitud. Jóvenes, inexpertos o irreverentes, prometen ser la materia prima de una nueva generación iconoclasta sedienta de alguien a quien idolatrar.

Son el fenómeno musical de este año, no cabe duda. Sin todavía haberse sacudido la viruta de la pubertad del cuerpo, el cuarteto inglés compuesto por Alex Turner en la voz, Jamie Cook en la guitarra, Andy Nicholson en el bajo y Matt Helders en la batería, ha pasado a ser, en cuestión de meses, una de las bandas fetiche de la crítica mundial y tema obligado de conversación en cualquier sitio del mismo medio que, hace un año y poco, los vio nacer: la Internet.

Con ‘Whatever people say I am, that’s what I’m not’ como su tarjeta de presentación, dicho cuarteto oriundo de Sheffield, Inglaterra –cuna musical de Pulp y Cabaret Voltaire-, ha invadido y repletado en tiempo record, un nicho de la industria que, anteriormente, vio nacer a agrupaciones de la talla de Franz Ferdinand, Hot Hot Heat, Kaiser Chiefs y The Streets. Similitudes aparte, lo cierto es que, los quieras u odies, su música parece no pasar desapercibida. Con menos de 20 años como edad promedio, sus dos primeros singles fueron número uno en su país y su hasta ahora único disco, vendió 120 mil copias en su primer día; todo un record en el reino unido.

Pero si es que hubiese que buscar algún ‘culpable’ de este masivo reconocimiento, más allá de su estrategia de marketing mediante la red, su ímpetu e irreverencia adolescente o aquella imagen de ‘me importa un carajo lo que piensen de mi’, es su propia placa debut la que merece todos los elogios y adulaciones habidas y por haber, y la que, hoy por hoy, los tiene posicionados en aquel pedestal de gloria que, enaltecimientos aparte, bien se tienen merecido. “A veces me cansa que la gente diga que somos un producto armado por el mercado...ya estábamos ahí cuando la prensa nos descubrió, así que no jodan más”, afirma con el ya mencionado espíritu irrespetuoso el frontman de la banda, Alex.

Grabado en la pequeña localidad de Spalding, Lincolnshire, un pueblo casi desértico y que, a la larga, “se convirtió en lo que justamente necesitábamos para grabar una canción por día y aislarnos del mundo”, según cuenta el mismo Alex-, el cedé de los ‘monos del ártico’ parece haber llegado a revolucionar todo a su alrededor. No se trata de fama, adoración o simple glorificación si sentido. Esta propuesta pretende mucho más que eso. Se trata de actitud, insolencia y postura de no compromiso con sus fans: hacen música para ellos mismos y lo reconocen.

El disco es, a primera impresión, una patada en la entrepierna. Cero pretensión y menos aún algún intento por entregar un producto final pulido y refinado. El concepto encerrado en el compilado es el de generar un sonido único e irrepetible que, al ser escuchado por primera vez, pueda incluso desagradarte y ofender tu dignidad. Pero seamos sinceros, de eso se trata. En ningún momento existe la ambición de crear los denominados ‘trabajos redondos’ y menos aún productos finales para ser interpretados frente a grandes audiencias. “No podemos escribir canciones para estadios, como Coldplay o U2. Aunque tampoco quiero ser un artista de culto que toque para diez personas”, afirma el mismo Alex.
Artista masivo o de culto, el éxito es evidente. Cumpliéndose dos años de aquel vago debut el 13 de junio de 2003 ante 30 personas en The Grapes, un pub de su pueblo natal, donde tocaron covers de The Beatles y The White Stripes, el arrastre de estos chicos no puede ser más indiscutible. Recién hace algunas semanas se hicieron acreedores de nada más y nada menos que el Mercury Prize, el premio más importante que se concede anualmente a un disco realizado por artistas británicos o irlandeses y en los que, anteriormente, figuraron Primal Scream, Suede, Pulp, Portishead, PJ Harvey, Franz Ferdinand o Antony & the Johnsons, entre otros.

Pero, ¿a qué diablos se debe tal reconocimiento? El ‘secreto’ tal vez descanse en su desinhibida postura ante el medio, se reconocen como un producto y lo aprovechan. Incluso la prestigiosa publicación ‘The Economist’ los reconoció en dicho aspecto, ya que son una de las primeras bandas de la era moderna que realmente le ‘sacaron el jugo’ a esto de la Word Wide Web. Sus canciones eran intercambiadas mediante foros especializados y programas de descarga muchos antes de que la prensa o la televisión supiese acaso de su existencia.

Sea como sea, el LP puesto a la venta el 21 de febrero de este año promete mucho, al igual que sus creadores. Obviando la enorme cantidad de ventas registradas en el transcurso de este 2006, temas como la inicial The View from the Afternoon, Fake Tales of San Francisco, When the sun goes down o la misma I Bet You Look Good on the Dancefloor, logran dar vida a un disco que, de hacerlo, debe ser escuchado con suma detención y sin perder de vista un dato más que auspicioso: fue compuesto cuando sus miembros tenían apenas 17 años.
Este simple hecho, además del jugoso contrato que tienen con Dominó Records –misma casa discográfica de Franz Ferdinand-, y de la prominente base de fans que han ido conformando a lo largo y ancho de toda gran bretaña y el mundo, augura un año ciertamente redondo para la agrupación y una carrera que de todas formas debe ser observada con suma detención. Y bien, el mismo vocalista sabe bien de que se trata todo esto. “Hemos generado, sin quererlo, algo que nunca esperamos. De un día para otro somos famosos y, eso, es increíble. Pero si tanto gustamos, ¿algo tenemos que estar haciendo bien, no?”
Para escuchar parte del disco de Arctic Monkeys, click aquí.