Un minuto de silencio por Cliff Burton (*)
Con un simple naipe como verdugo, varios septiembres atrás muchos lamentaban la súbita pérdida de un referente obligado en el instrumento de cuatro cuerdas. Hoy, cumpliéndose veinte años de su muerte y en estos tiempos en que se canoniza a los santos más rápidos de la historia, y en los que un funeral es noticia incluso antes de que ocurra, ¿por qué no honrar a un grande entre los grandes? Esta es su vida, su muerte y su presencia y legado en una de las bandas de heavy metal más importantes de la historia. Este es Cliff Burton.
Como ya era costumbre, los chicos ‘madrugaron’ a eso de las tres de la tarde en aquel roñoso edificio ubicado en el barrio jamaicano de Queens, en los suburbios de Nueva York. La tónica diaria era simple; desayunar al almuerzo, beber y ensayar en la tarde y compartir las noches con sus co-inquilinos y amigos de Anthrax. Era 1983 y Metallica se encontraba en sus años iniciales, donde sobraba el entusiasmo, pero escaseaba el pan. Anécdotas aparte, aquella mañana la rutina varió. De un sobresalto, Dave Mustaine –actual frontman de Megadeth- fue despertado por James, Lars y Cliff, las cosas estaban claras: ‘hey, despierta. Estás fuera del grupo’.
El resto es historia. Kirk Hammett –en aquel entonces guitarrista de Exodus- llegó a la ciudad esa misma noche y al día siguiente grabaron el primer gran éxito de la banda: Hit The Ligths. Pero más allá de esto, fue aquella simple decisión –o si desean llamarle capricho- la que desencadenó una serie de hechos fortuitos que, buenos o malos, condujeron todos los puntos a un único vértice de concordancia: la muerte de Cliff Burton.
El cielo del rock
Allá, por el año 1982, las cosas estaban aún bastantes difusas para Metallica. Eran cuatro adolescentes llenos de acné nadando contra la corriente. Los Ángeles, California –su cuna musical- era más adepto al estilo glam que a los riffs desgarradores herederos de la New Wave Of British Heavy Metal: prácticamente no tenían un nicho comercial. A eso, se le sumaba el estilo de vida autodestructor que la banda llevaba. Si bien nunca fueron de drogas a la orden del día, lo que no fumaban o inhalaban, lo bebían; realmente eran muy buenos en eso. Tanto así que, con el tiempo, la prensa comenzó a llamarlos Alcoholica.
Como ya era costumbre, los chicos ‘madrugaron’ a eso de las tres de la tarde en aquel roñoso edificio ubicado en el barrio jamaicano de Queens, en los suburbios de Nueva York. La tónica diaria era simple; desayunar al almuerzo, beber y ensayar en la tarde y compartir las noches con sus co-inquilinos y amigos de Anthrax. Era 1983 y Metallica se encontraba en sus años iniciales, donde sobraba el entusiasmo, pero escaseaba el pan. Anécdotas aparte, aquella mañana la rutina varió. De un sobresalto, Dave Mustaine –actual frontman de Megadeth- fue despertado por James, Lars y Cliff, las cosas estaban claras: ‘hey, despierta. Estás fuera del grupo’.
El resto es historia. Kirk Hammett –en aquel entonces guitarrista de Exodus- llegó a la ciudad esa misma noche y al día siguiente grabaron el primer gran éxito de la banda: Hit The Ligths. Pero más allá de esto, fue aquella simple decisión –o si desean llamarle capricho- la que desencadenó una serie de hechos fortuitos que, buenos o malos, condujeron todos los puntos a un único vértice de concordancia: la muerte de Cliff Burton.
El cielo del rock
Allá, por el año 1982, las cosas estaban aún bastantes difusas para Metallica. Eran cuatro adolescentes llenos de acné nadando contra la corriente. Los Ángeles, California –su cuna musical- era más adepto al estilo glam que a los riffs desgarradores herederos de la New Wave Of British Heavy Metal: prácticamente no tenían un nicho comercial. A eso, se le sumaba el estilo de vida autodestructor que la banda llevaba. Si bien nunca fueron de drogas a la orden del día, lo que no fumaban o inhalaban, lo bebían; realmente eran muy buenos en eso. Tanto así que, con el tiempo, la prensa comenzó a llamarlos Alcoholica.
Pronto este modo de vivir les pasaría la cuenta. Apenas con dos años y medio como agrupación, las relaciones dentro del grupo ya estaban bastante a maltraer. Entre James y Lars todo bien, el problema era que Ron McGovney –otrora bajista del grupo- no soportaba la actitud de Dave quien, años después, diría ‘yo tomaba y me ponía agresivo. Y no es bueno que la gente violenta se junte con los idiotas cuando bebe’. Tarde o temprano, todo llegó a su lógico fin. Ron no soportó más y se largó de la banda, dejando una vacante y la incertidumbre de no saber quién sería el nuevo bajista.
Ya en aquel entonces con su inicial faceta de hombre de negocios y contactos de peso, Lars, en una de las muchas conversaciones que mantenían, le preguntó a Brian Slagel –Metal Blade Records- sobre algún bajista que él conociera y que se adecuara al perfil de la banda. La respuesta les cambiaría la vida de ahí en adelante: ‘vayan esta noche al Troubadour y vean a Trauma. Creo que el bajista les gustará bastante’. Aquella misma noche, los tres se dirigieron al bar con la sola ambición de salir de ahí con el nuevo integrante. Si bien los hechos no se dieron tan rápido, lo que verían sería simplemente increíble. Se trataba del músico más original y virtuoso que jamás habían visto. Un fuera de serie.
Con esa apariencia hippie que lo caracterizaba y los típicos jeans acampanados, Cliff en su inicio les puso las cosas bastante difíciles. Aunque la propuesta –tanto de vida como musical- que le ofrecía Metallica le convencía bastante, le demoraría seis meses tomar la decisión de unirse a la banda. A la postre, aceptó, pero la condición era que se mudasen al norte de San Francisco. Fue en este entonces que la expresión ‘L.A. sucks!’ se haría una broma recurrente en alusión al pésimo trato que allí recibieron.
Instalados en El Cerrito, San Francisco, su primer gran contacto llegaría pronto. Jonny Zazula y su esposa Marsha, dueños de ‘The Rock’and Roll Heaven’ –una tienda local de discos- estaban dispuestos a hacerlas de managers y pagarles 75 dólares por ir de gira dentro del país. Tarde o temprano, fue ese mismo tour el que empeoró la actitud y conducta de Dave al interior de la banda y gatilló su posterior salida. Se trataba del comienzo de un nuevo capítulo en sus vidas.
Un headbanger de nacimiento
La prominente carrera de Clifford Lee Burton comenzó a labrarse durante sus primeros años de vida. Nacido el 10 de febrero de 1962 en Castro Valley, California, y criado en el seno de una familia atípica y con claras tendencias hippies, Burton fue mimetizándose con sus padres –Jan y Ray Burton- y adquirió rasgos de personalidad que, con el tiempo, tanto sus amigos como la prensa especializada percibirían: realmente era un tipo relajado que tenía como lema único el vivir cada día como si fuera el último [Carpe Diem].
Ya en aquel entonces con su inicial faceta de hombre de negocios y contactos de peso, Lars, en una de las muchas conversaciones que mantenían, le preguntó a Brian Slagel –Metal Blade Records- sobre algún bajista que él conociera y que se adecuara al perfil de la banda. La respuesta les cambiaría la vida de ahí en adelante: ‘vayan esta noche al Troubadour y vean a Trauma. Creo que el bajista les gustará bastante’. Aquella misma noche, los tres se dirigieron al bar con la sola ambición de salir de ahí con el nuevo integrante. Si bien los hechos no se dieron tan rápido, lo que verían sería simplemente increíble. Se trataba del músico más original y virtuoso que jamás habían visto. Un fuera de serie.
Con esa apariencia hippie que lo caracterizaba y los típicos jeans acampanados, Cliff en su inicio les puso las cosas bastante difíciles. Aunque la propuesta –tanto de vida como musical- que le ofrecía Metallica le convencía bastante, le demoraría seis meses tomar la decisión de unirse a la banda. A la postre, aceptó, pero la condición era que se mudasen al norte de San Francisco. Fue en este entonces que la expresión ‘L.A. sucks!’ se haría una broma recurrente en alusión al pésimo trato que allí recibieron.
Instalados en El Cerrito, San Francisco, su primer gran contacto llegaría pronto. Jonny Zazula y su esposa Marsha, dueños de ‘The Rock’and Roll Heaven’ –una tienda local de discos- estaban dispuestos a hacerlas de managers y pagarles 75 dólares por ir de gira dentro del país. Tarde o temprano, fue ese mismo tour el que empeoró la actitud y conducta de Dave al interior de la banda y gatilló su posterior salida. Se trataba del comienzo de un nuevo capítulo en sus vidas.
Un headbanger de nacimiento
La prominente carrera de Clifford Lee Burton comenzó a labrarse durante sus primeros años de vida. Nacido el 10 de febrero de 1962 en Castro Valley, California, y criado en el seno de una familia atípica y con claras tendencias hippies, Burton fue mimetizándose con sus padres –Jan y Ray Burton- y adquirió rasgos de personalidad que, con el tiempo, tanto sus amigos como la prensa especializada percibirían: realmente era un tipo relajado que tenía como lema único el vivir cada día como si fuera el último [Carpe Diem].
El interés inicial que tuvo hacia la música se dio a la edad de seis años. Entre la sicodelia y el rock clásico que, por esos días, abundaba como música de fondo en el living de su casa, comenzó a tomar clases de cello, su primer instrumento. Es este hecho el que, de buenas a primeras, captaría su amor por los autores clásicos y su posterior, y siempre idílica aspiración junto a Metallica de, algún día, llegar a adaptar las canciones del grupo para tocarlas con una orquesta. Como todos sabemos, en 1999 se honraría ese eterno anhelo y el cuarteto interpretaría sus principales éxitos junto al fallecido Michael Kamen y la orquesta sinfónica de San Francisco. Sin datos anexos de por medio, Cliff tomó también clases de piano, todo esto compaginado con su afición por el baseball y su constante participación en la liga local.
Tras graduarse en el año 1980 en la Castro Valley High School, y ya con el bajo como su instrumento predilecto, Cliff tomó sus principales influencias –Black Sabbath, Blue Öyster Cult, Rush, The Misfits y Thin Lizzy- y comenzó a participar en una serie de proyectos que, aunque nunca alcanzaron el reconocimiento público, lograron pertenecer a una cultura underground y gestar una sólida base de seguidores. Uno de ellos fue Trauma.
Con dicha banda, la figura de Cliff Burton comenzó rápidamente a tomar popularidad. A un año de tocar en diversos pubs locales era, sin exagerar, el bajista más codiciado dentro del sector de la bahía californiana. Y no es una exageración. Su inusual y extravagante forma de tocar el bajo no dejaba a nadie indiferente. Era simplemente cuestión de actitud sobre el escenario. Tocaba cada vez más fuerte, cada vez más rápido y siempre con un incesante cabeceo. Era algo recurrente que, en las mañanas siguientes a alguna de las tantas presentaciones que tenía junto a Trauma, se levantara comentando sobre el increíble dolor que sentía en el cuello. Más temprano que tarde, y no si antes hacerse de rogar bastante, Cliff terminó uniéndose a las filas de Metallica. El éxito tardó poco en llegar, pero el destino –si es que tal cosa existe- le deparaba otro plan.
As de espadas
La aceptación masiva que trajo la edición de los tres primeros discos de Metallica es un hecho merecido e irrefutable. Pero más allá de esto, y sin quitarle crédito al resto de los integrantes, fue la mente creativa y visión musical intransigente de Burton lo que, sin duda alguna, posicionó al cuarteto en el pedestal que hoy se encuentra. Su punto de vista era simple; nada de poses, nada de apariencias prefabricadas. ‘¿Para qué cambiar cuando estamos sobre el escenario? No queremos hacer nada grande ni elegante. Sólo nos gusta ser nosotros y hacer lo que hacemos... nos gusta mantenerlo así’, dijo por el año 1986 el joven bajista.
En la primavera de ese mismo año, y cargando la mochila del éxito que tuvieron junto a Ozzy Osbourne durante el tour que mantuvieron como grupo soporte, la banda se lanzó a su tan esperada gira europea. Era un sueño que Lars siempre había tenido; volver a su tierra natal.
Una noche de septiembre, el grupo se encontraba viajando en bus desde Estocolmo hacia Copenhague, la ciudad natal de Ulrich. El medio de transporte ocupado durante aquella gira era realmente precario, no como hoy en día que existen vehículos especialmente acondicionados para este tipo de propósitos. Se trasladaban y dormían en esta chatarra que ni para cortinas daba –tapaban las ventanas con unas improvisadas cartulinas negras. El grupo y su staff de técnicos y manager solían pasar muchas noches ahí –ya era una costumbre asumida.
Esa misma noche se entabló una disputa amistosa entre Kirk y Cliff acerca de cómo y dónde iba a dormir cada uno; todo concluyó con un juego de cartas. La primera que Cliff escogió del mazo fue un as de espadas. Obviamente, como ganador por sacar mayor número, éste le dijo a Hammet, ‘quiero tu cama’, a lo cual él accedió sin problemas. Ya todos dormidos, y con una temperatura que seguramente bordeaba los cinco grados bajo cero, la calma de la noche pronto se quebrantaría.
Eran las cinco o seis de la mañana cuando un chirrido de llantas despertó a casi todos. En cuestión de segundos el bus comenzó a deslizarse sin rumbo por la pista para terminar volcándose; quedaron al revés. Con la conmoción de los hechos y con casi todos los pasajeros en ropa interior, la desesperación comenzó a primar. Todos gritaban y lloraban, todos menos Cliff. Aún hoy en día Kirk recuerda que ‘el conductor comenzó a tirar una manta que estaba debajo del vehículo’, pretendiendo cubrir el cuerpo de Burton. La escena era dantesca. Con la fuerza del impacto, el cuerpo del bajista salió disparado por una de las ventanas laterales y el bus le cayó encima. Básicamente lo que pasó es que nunca más despertó.
Aquella madrugada del sábado del 27 de septiembre de 1986 todo cambiaría abruptamente. A la edad de 24 años, y con una corta pero increíble carrera musical a su haber, Cliff Burton moría a pocos kilómetros de la localidad de Jonvay y en cuestión de horas la noticia daría la vuelta al mundo. Tras eso todo fue muy confuso. El grupo y su staff volvieron al hotel a intentar descansar. Sin embargo, y como buenos bebedores que eran, de ahí en adelante sólo harían eso; tomar y tomar. De hecho, al día siguiente del trágico hecho, el mismo Kirk Hammett recuerda ‘haber escuchado a James ebrio en la calle, a eso de las cuatro de la mañana, gritando, ¡Cliff!, ¡Cliff!, ¿dónde estás?’. El mito se había roto. Las bandas realmente no eran intocables y estar de gira podía traer consigo una sin fin de peligros: la gente muere, y fue algo muy difícil de digerir.
El fantasma de Cliff
Hoy, a veinte años de aquel trágico hecho, la realidad no puede ser más obvia. El tema, y con razón, aún es algo que afecta profundamente a Metallica. En un intento de hablar con ellos para esta publicación, HQ Prime –la multinacional que administra al grupo- declaró que ‘en estos momentos se encuentran en proceso de grabación y demasiado ocupados para hablar de dicha cuestión’.
Sea como sea, lo cierto es que el peso de este virtuoso de la música no pasa desapercibido para nadie. En los discos posteriores al Master of Puppets –es decir del And Justice For All en adelante- la presencia de él era algo más que obvio. De nada ha de extrañarnos que Jason Newsted abandonase el grupo hace un par de años. Lo impresionante es que haya soportado tanto. Con una pérdida tan grande y aún tan cerca, el nuevo bajista se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males y penas de la banda.
Tema aparte, y bastante trillado por cierto, es esta faceta más comercial que la banda comenzó a explotar y que, nos guste o no, tuvo como resultado cinco discos de estudio que, si bien no fueron del gusto de muchos, hizo recaudar enormes dividendos a Metallica.
Presunciones aparte, la verdad es que le llovió sobre mojado a Burton. Pasó a la historia como un objeto de culto y adoración para una subcultura que sí alcanzó a escucharlo en vivo y que, hoy por hoy, lo ha transformado en algo que él nunca imaginó –y tampoco pretendió ser: un rockstar. A meses de que salga el nuevo disco de la banda que lo vio nacer y con este inusitado despliegue de singles y nuevas canciones, sólo queda decir: vaya que te extrañamos por estos lados, Cliff.
Tras graduarse en el año 1980 en la Castro Valley High School, y ya con el bajo como su instrumento predilecto, Cliff tomó sus principales influencias –Black Sabbath, Blue Öyster Cult, Rush, The Misfits y Thin Lizzy- y comenzó a participar en una serie de proyectos que, aunque nunca alcanzaron el reconocimiento público, lograron pertenecer a una cultura underground y gestar una sólida base de seguidores. Uno de ellos fue Trauma.
Con dicha banda, la figura de Cliff Burton comenzó rápidamente a tomar popularidad. A un año de tocar en diversos pubs locales era, sin exagerar, el bajista más codiciado dentro del sector de la bahía californiana. Y no es una exageración. Su inusual y extravagante forma de tocar el bajo no dejaba a nadie indiferente. Era simplemente cuestión de actitud sobre el escenario. Tocaba cada vez más fuerte, cada vez más rápido y siempre con un incesante cabeceo. Era algo recurrente que, en las mañanas siguientes a alguna de las tantas presentaciones que tenía junto a Trauma, se levantara comentando sobre el increíble dolor que sentía en el cuello. Más temprano que tarde, y no si antes hacerse de rogar bastante, Cliff terminó uniéndose a las filas de Metallica. El éxito tardó poco en llegar, pero el destino –si es que tal cosa existe- le deparaba otro plan.
As de espadas
La aceptación masiva que trajo la edición de los tres primeros discos de Metallica es un hecho merecido e irrefutable. Pero más allá de esto, y sin quitarle crédito al resto de los integrantes, fue la mente creativa y visión musical intransigente de Burton lo que, sin duda alguna, posicionó al cuarteto en el pedestal que hoy se encuentra. Su punto de vista era simple; nada de poses, nada de apariencias prefabricadas. ‘¿Para qué cambiar cuando estamos sobre el escenario? No queremos hacer nada grande ni elegante. Sólo nos gusta ser nosotros y hacer lo que hacemos... nos gusta mantenerlo así’, dijo por el año 1986 el joven bajista.
En la primavera de ese mismo año, y cargando la mochila del éxito que tuvieron junto a Ozzy Osbourne durante el tour que mantuvieron como grupo soporte, la banda se lanzó a su tan esperada gira europea. Era un sueño que Lars siempre había tenido; volver a su tierra natal.
Una noche de septiembre, el grupo se encontraba viajando en bus desde Estocolmo hacia Copenhague, la ciudad natal de Ulrich. El medio de transporte ocupado durante aquella gira era realmente precario, no como hoy en día que existen vehículos especialmente acondicionados para este tipo de propósitos. Se trasladaban y dormían en esta chatarra que ni para cortinas daba –tapaban las ventanas con unas improvisadas cartulinas negras. El grupo y su staff de técnicos y manager solían pasar muchas noches ahí –ya era una costumbre asumida.
Esa misma noche se entabló una disputa amistosa entre Kirk y Cliff acerca de cómo y dónde iba a dormir cada uno; todo concluyó con un juego de cartas. La primera que Cliff escogió del mazo fue un as de espadas. Obviamente, como ganador por sacar mayor número, éste le dijo a Hammet, ‘quiero tu cama’, a lo cual él accedió sin problemas. Ya todos dormidos, y con una temperatura que seguramente bordeaba los cinco grados bajo cero, la calma de la noche pronto se quebrantaría.
Eran las cinco o seis de la mañana cuando un chirrido de llantas despertó a casi todos. En cuestión de segundos el bus comenzó a deslizarse sin rumbo por la pista para terminar volcándose; quedaron al revés. Con la conmoción de los hechos y con casi todos los pasajeros en ropa interior, la desesperación comenzó a primar. Todos gritaban y lloraban, todos menos Cliff. Aún hoy en día Kirk recuerda que ‘el conductor comenzó a tirar una manta que estaba debajo del vehículo’, pretendiendo cubrir el cuerpo de Burton. La escena era dantesca. Con la fuerza del impacto, el cuerpo del bajista salió disparado por una de las ventanas laterales y el bus le cayó encima. Básicamente lo que pasó es que nunca más despertó.
Aquella madrugada del sábado del 27 de septiembre de 1986 todo cambiaría abruptamente. A la edad de 24 años, y con una corta pero increíble carrera musical a su haber, Cliff Burton moría a pocos kilómetros de la localidad de Jonvay y en cuestión de horas la noticia daría la vuelta al mundo. Tras eso todo fue muy confuso. El grupo y su staff volvieron al hotel a intentar descansar. Sin embargo, y como buenos bebedores que eran, de ahí en adelante sólo harían eso; tomar y tomar. De hecho, al día siguiente del trágico hecho, el mismo Kirk Hammett recuerda ‘haber escuchado a James ebrio en la calle, a eso de las cuatro de la mañana, gritando, ¡Cliff!, ¡Cliff!, ¿dónde estás?’. El mito se había roto. Las bandas realmente no eran intocables y estar de gira podía traer consigo una sin fin de peligros: la gente muere, y fue algo muy difícil de digerir.
El fantasma de Cliff
Hoy, a veinte años de aquel trágico hecho, la realidad no puede ser más obvia. El tema, y con razón, aún es algo que afecta profundamente a Metallica. En un intento de hablar con ellos para esta publicación, HQ Prime –la multinacional que administra al grupo- declaró que ‘en estos momentos se encuentran en proceso de grabación y demasiado ocupados para hablar de dicha cuestión’.
Sea como sea, lo cierto es que el peso de este virtuoso de la música no pasa desapercibido para nadie. En los discos posteriores al Master of Puppets –es decir del And Justice For All en adelante- la presencia de él era algo más que obvio. De nada ha de extrañarnos que Jason Newsted abandonase el grupo hace un par de años. Lo impresionante es que haya soportado tanto. Con una pérdida tan grande y aún tan cerca, el nuevo bajista se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males y penas de la banda.
Tema aparte, y bastante trillado por cierto, es esta faceta más comercial que la banda comenzó a explotar y que, nos guste o no, tuvo como resultado cinco discos de estudio que, si bien no fueron del gusto de muchos, hizo recaudar enormes dividendos a Metallica.
Presunciones aparte, la verdad es que le llovió sobre mojado a Burton. Pasó a la historia como un objeto de culto y adoración para una subcultura que sí alcanzó a escucharlo en vivo y que, hoy por hoy, lo ha transformado en algo que él nunca imaginó –y tampoco pretendió ser: un rockstar. A meses de que salga el nuevo disco de la banda que lo vio nacer y con este inusitado despliegue de singles y nuevas canciones, sólo queda decir: vaya que te extrañamos por estos lados, Cliff.
(*) Originalmente publicado en Revista Rockaxis, Nº 49, septiembre de 2006.