miércoles, abril 30, 2008
viernes, noviembre 24, 2006
A propósito del nuevo disco de Incubus...
Los fanáticos están vueltos locos. Todos esperan la salida del nuevo disco de Incubus. Si quieren bajarlo completo vayan a www.dlmp3.org.
Por mientras les dejo una muestra de esta locura. Un particular personaje que sin pudor alguno se atrevió a subir su versión -al menos mimetizada-, de los dos primeros tracks del disco, Quicksand y A Kiss To Send Us Off. A reirse.
jueves, noviembre 16, 2006
Incubus y la constante reinvención del ser humano
A dos semanas del lanzamiento mundial de su sexto disco –el 28 de noviembre bajo el nombre de Light Grenades–, la realidad desmiente todos los vaticinios precipitados que se ejercieron en el año 2002, cuando repentinamente el bajista Dirk Lance partió por diferencia de gusto musicales. Cumpliéndose casi 15 años de carrera, hoy por hoy Incubus promete volver con un disco conceptual que experimenta con la más increíble variedad de sonidos, como si las reinvenciones anteriores no bastasen.
Apenas siendo unos crios, Brandon Boyd, vocalista, y José Pasillas, baterista –compañeros de primaria en California–, ya comenzaban a experimentar con la música. Era 1990 y en pleno boom del grunge, de mano de exponentes como Mud Honey, Pearl Jam y los mismos Nirvana, el regalo obligado de toda navidad era algún instrumento, no importaba cual, con tal de ser un rockstar. Es así como estando en 8° Grado, José conoció al guitarrista, Mike Einziger, quien pasaba la mayoría de su tiempo libre tocando guitarra en su habitación. El resto es historia. Pronto se integraría a sus filas el bajista Alex Katunich –más conocido como Dirk Lance y hoy reemplazado por Ben Kenney–, y el antecesor de Dj Kilmore; un tal Dj Lyfe.
Hoy, a una década y media de aquellos precipitados inicios, Incubus vuelve de mano de su single debut Anna Molly, con su sexta placa de estudio y prometiendo que lo que se avecina es grande. Todo esto es el resultado de un año de trabajo incesante –extraño pues siempre componían y grababan en apenas ocho semanas–, y de un proceso de auto evaluación que no ha de extrañar: todos los integrantes acaban de pasar la barrera de los 30.
Las cartas están echadas. Faltan muy pocos días y la expectación sigue creciendo. Si bien está contemplado una gira por gran parte de Estados Unidos y Europa, además vendrán a Brasil, por lo que un paso por Chile no se hace tan imposible: a comprar rosarios.
Acá les dejo el video del single Anna Molly. Buena canción, impactante video.
Apenas siendo unos crios, Brandon Boyd, vocalista, y José Pasillas, baterista –compañeros de primaria en California–, ya comenzaban a experimentar con la música. Era 1990 y en pleno boom del grunge, de mano de exponentes como Mud Honey, Pearl Jam y los mismos Nirvana, el regalo obligado de toda navidad era algún instrumento, no importaba cual, con tal de ser un rockstar. Es así como estando en 8° Grado, José conoció al guitarrista, Mike Einziger, quien pasaba la mayoría de su tiempo libre tocando guitarra en su habitación. El resto es historia. Pronto se integraría a sus filas el bajista Alex Katunich –más conocido como Dirk Lance y hoy reemplazado por Ben Kenney–, y el antecesor de Dj Kilmore; un tal Dj Lyfe.
Hoy, a una década y media de aquellos precipitados inicios, Incubus vuelve de mano de su single debut Anna Molly, con su sexta placa de estudio y prometiendo que lo que se avecina es grande. Todo esto es el resultado de un año de trabajo incesante –extraño pues siempre componían y grababan en apenas ocho semanas–, y de un proceso de auto evaluación que no ha de extrañar: todos los integrantes acaban de pasar la barrera de los 30.
Las cartas están echadas. Faltan muy pocos días y la expectación sigue creciendo. Si bien está contemplado una gira por gran parte de Estados Unidos y Europa, además vendrán a Brasil, por lo que un paso por Chile no se hace tan imposible: a comprar rosarios.
Acá les dejo el video del single Anna Molly. Buena canción, impactante video.
lunes, octubre 02, 2006
Black Stone Cherry: Las guitarras sureñas vuelven a sonar
Pretender definir en pocas palabras lo que significa la propuesta musical de esta banda nativa de Edmonton, Kentucky, es, por decir lo menos, un imposible irrefutable. Y es que el sonido proyectado por este disco debut homónimo es demasiado potente. Un trabajo único y que, sin duda alguna, se acerca a aquel edén exclusivamente reservado para tan sólo algunos pocos cedés: el de los discos redondos. Ya sea paseándose por el metal, coqueteando con la actitud post grunge, homenajeando a los grandes del rock clásico o evocando coros tan típicos del rock sureño, Black Stone Cherry [BSC] las hace todas, dejando la mayoría de los cabos atados a la perfección.
La sorpresa inicial del disco la da el tono vocal de Chris Robertson, voz y guitarra rítmica del grupo. Nada más imposta el primer grito anunciando ‘Here comes the rain’, el pensamiento que, seguramente, se te vendrá a la cabeza es ‘vaya, Chris Cornell tiene nueva banda’, pues es innegable que su parecido es obvio pero, más importante aún, absolutamente casual. Tema aparte, lo cierto es que el cuarteto completado por Ben Wells en la guitarra principal, Jon Lawhon en el bajo y John Fred Young en la batería, trae consigo una invitación imposible de rechazar: un sonido fresco y propio, pero que sin duda logra rememorar a grandes del rock.
El tan mencionado concepto ‘tributo a grandes del rock clásico’ alude al hecho de que, en reiteradas oportunidades, se vislumbran pasajes melódicos propios del sonido de un infaltable discográfico de la talla de Led Zeppelin IV, sobre todo en los solos de mano de Wells y los cortes de batería de Fred Young. Por otro lado, el registro vocal, como se mencionó anteriormente, recuerda demasiado a aquel aún claro y nítido que Cornell –en su etapa Soungarden-, desplegaba en el Louder Than Love o el Badmotorfinger. Dejando las comparaciones de lado, todo desemboca en reconocer que, influenciados o no por los grandes íconos mencionados, el sonido logrado es muy propio y una sorpresa total que, evidentemente, nos obliga a tener ojo avizor sobre la trayectoria futura de la agrupación.
El disco, producido por Richard Young –padre de John Fred, el baterista- , y David Barrick y mezclado por Kevin Shirley –Nine Lives de Aerosmith y How the West was Won, de Led Zeppelín-, en el mismo pueblo natal que los vio nacer como agrupación a mediados del años 2001, hace completa referencia a los sonidos sureños propios de la región y deja entrever el grato ambiente que los chicos vivieron al registrar dicho trabajo. “Entramos al estudio y lo grabamos tal como se hace antiguamente. Fue realmente de un modo muy humano, nada robótico o artificial, simplemente un jaming”, comenta el bajista de BSC.
Obviando las ya más que claras referencias a otras agrupaciones, el estilo del cuarteto en su placa debut, de mano de Roadrunners Records, se acerca mucho también a lo que en su tiempo hizo The Black Crowes y los mismos Lynyrd Skynyrd, aunque con un sonido bastante más hard rock: crudo y directo. “Somos una banda de rock directo a la vena que golpeará tu cara con letras cargadas de realismo y, en ciertos casos, una cuota de sana imaginación”, afirma Ben Wells.
La sorpresa inicial del disco la da el tono vocal de Chris Robertson, voz y guitarra rítmica del grupo. Nada más imposta el primer grito anunciando ‘Here comes the rain’, el pensamiento que, seguramente, se te vendrá a la cabeza es ‘vaya, Chris Cornell tiene nueva banda’, pues es innegable que su parecido es obvio pero, más importante aún, absolutamente casual. Tema aparte, lo cierto es que el cuarteto completado por Ben Wells en la guitarra principal, Jon Lawhon en el bajo y John Fred Young en la batería, trae consigo una invitación imposible de rechazar: un sonido fresco y propio, pero que sin duda logra rememorar a grandes del rock.
El tan mencionado concepto ‘tributo a grandes del rock clásico’ alude al hecho de que, en reiteradas oportunidades, se vislumbran pasajes melódicos propios del sonido de un infaltable discográfico de la talla de Led Zeppelin IV, sobre todo en los solos de mano de Wells y los cortes de batería de Fred Young. Por otro lado, el registro vocal, como se mencionó anteriormente, recuerda demasiado a aquel aún claro y nítido que Cornell –en su etapa Soungarden-, desplegaba en el Louder Than Love o el Badmotorfinger. Dejando las comparaciones de lado, todo desemboca en reconocer que, influenciados o no por los grandes íconos mencionados, el sonido logrado es muy propio y una sorpresa total que, evidentemente, nos obliga a tener ojo avizor sobre la trayectoria futura de la agrupación.
El disco, producido por Richard Young –padre de John Fred, el baterista- , y David Barrick y mezclado por Kevin Shirley –Nine Lives de Aerosmith y How the West was Won, de Led Zeppelín-, en el mismo pueblo natal que los vio nacer como agrupación a mediados del años 2001, hace completa referencia a los sonidos sureños propios de la región y deja entrever el grato ambiente que los chicos vivieron al registrar dicho trabajo. “Entramos al estudio y lo grabamos tal como se hace antiguamente. Fue realmente de un modo muy humano, nada robótico o artificial, simplemente un jaming”, comenta el bajista de BSC.
Obviando las ya más que claras referencias a otras agrupaciones, el estilo del cuarteto en su placa debut, de mano de Roadrunners Records, se acerca mucho también a lo que en su tiempo hizo The Black Crowes y los mismos Lynyrd Skynyrd, aunque con un sonido bastante más hard rock: crudo y directo. “Somos una banda de rock directo a la vena que golpeará tu cara con letras cargadas de realismo y, en ciertos casos, una cuota de sana imaginación”, afirma Ben Wells.
Por si todo lo dicho fuera poco, la mayoría de los integrantes apenas alcanza los 20 años, lo que, sin duda, sólo ayuda a corroborar una verdad más que auspiciosa y que cae como un balde de agua fría para aquellos que alguna ves se atrevieron a decir que el buen rock se fabricaba del otro lado del charco; tienen cuerda para rato y, mejor aún, es que saben cómo usarla.
miércoles, septiembre 27, 2006
Un minuto de silencio por Cliff Burton (*)
Con un simple naipe como verdugo, varios septiembres atrás muchos lamentaban la súbita pérdida de un referente obligado en el instrumento de cuatro cuerdas. Hoy, cumpliéndose veinte años de su muerte y en estos tiempos en que se canoniza a los santos más rápidos de la historia, y en los que un funeral es noticia incluso antes de que ocurra, ¿por qué no honrar a un grande entre los grandes? Esta es su vida, su muerte y su presencia y legado en una de las bandas de heavy metal más importantes de la historia. Este es Cliff Burton.
Como ya era costumbre, los chicos ‘madrugaron’ a eso de las tres de la tarde en aquel roñoso edificio ubicado en el barrio jamaicano de Queens, en los suburbios de Nueva York. La tónica diaria era simple; desayunar al almuerzo, beber y ensayar en la tarde y compartir las noches con sus co-inquilinos y amigos de Anthrax. Era 1983 y Metallica se encontraba en sus años iniciales, donde sobraba el entusiasmo, pero escaseaba el pan. Anécdotas aparte, aquella mañana la rutina varió. De un sobresalto, Dave Mustaine –actual frontman de Megadeth- fue despertado por James, Lars y Cliff, las cosas estaban claras: ‘hey, despierta. Estás fuera del grupo’.
El resto es historia. Kirk Hammett –en aquel entonces guitarrista de Exodus- llegó a la ciudad esa misma noche y al día siguiente grabaron el primer gran éxito de la banda: Hit The Ligths. Pero más allá de esto, fue aquella simple decisión –o si desean llamarle capricho- la que desencadenó una serie de hechos fortuitos que, buenos o malos, condujeron todos los puntos a un único vértice de concordancia: la muerte de Cliff Burton.
El cielo del rock
Allá, por el año 1982, las cosas estaban aún bastantes difusas para Metallica. Eran cuatro adolescentes llenos de acné nadando contra la corriente. Los Ángeles, California –su cuna musical- era más adepto al estilo glam que a los riffs desgarradores herederos de la New Wave Of British Heavy Metal: prácticamente no tenían un nicho comercial. A eso, se le sumaba el estilo de vida autodestructor que la banda llevaba. Si bien nunca fueron de drogas a la orden del día, lo que no fumaban o inhalaban, lo bebían; realmente eran muy buenos en eso. Tanto así que, con el tiempo, la prensa comenzó a llamarlos Alcoholica.
Como ya era costumbre, los chicos ‘madrugaron’ a eso de las tres de la tarde en aquel roñoso edificio ubicado en el barrio jamaicano de Queens, en los suburbios de Nueva York. La tónica diaria era simple; desayunar al almuerzo, beber y ensayar en la tarde y compartir las noches con sus co-inquilinos y amigos de Anthrax. Era 1983 y Metallica se encontraba en sus años iniciales, donde sobraba el entusiasmo, pero escaseaba el pan. Anécdotas aparte, aquella mañana la rutina varió. De un sobresalto, Dave Mustaine –actual frontman de Megadeth- fue despertado por James, Lars y Cliff, las cosas estaban claras: ‘hey, despierta. Estás fuera del grupo’.
El resto es historia. Kirk Hammett –en aquel entonces guitarrista de Exodus- llegó a la ciudad esa misma noche y al día siguiente grabaron el primer gran éxito de la banda: Hit The Ligths. Pero más allá de esto, fue aquella simple decisión –o si desean llamarle capricho- la que desencadenó una serie de hechos fortuitos que, buenos o malos, condujeron todos los puntos a un único vértice de concordancia: la muerte de Cliff Burton.
El cielo del rock
Allá, por el año 1982, las cosas estaban aún bastantes difusas para Metallica. Eran cuatro adolescentes llenos de acné nadando contra la corriente. Los Ángeles, California –su cuna musical- era más adepto al estilo glam que a los riffs desgarradores herederos de la New Wave Of British Heavy Metal: prácticamente no tenían un nicho comercial. A eso, se le sumaba el estilo de vida autodestructor que la banda llevaba. Si bien nunca fueron de drogas a la orden del día, lo que no fumaban o inhalaban, lo bebían; realmente eran muy buenos en eso. Tanto así que, con el tiempo, la prensa comenzó a llamarlos Alcoholica.
Pronto este modo de vivir les pasaría la cuenta. Apenas con dos años y medio como agrupación, las relaciones dentro del grupo ya estaban bastante a maltraer. Entre James y Lars todo bien, el problema era que Ron McGovney –otrora bajista del grupo- no soportaba la actitud de Dave quien, años después, diría ‘yo tomaba y me ponía agresivo. Y no es bueno que la gente violenta se junte con los idiotas cuando bebe’. Tarde o temprano, todo llegó a su lógico fin. Ron no soportó más y se largó de la banda, dejando una vacante y la incertidumbre de no saber quién sería el nuevo bajista.
Ya en aquel entonces con su inicial faceta de hombre de negocios y contactos de peso, Lars, en una de las muchas conversaciones que mantenían, le preguntó a Brian Slagel –Metal Blade Records- sobre algún bajista que él conociera y que se adecuara al perfil de la banda. La respuesta les cambiaría la vida de ahí en adelante: ‘vayan esta noche al Troubadour y vean a Trauma. Creo que el bajista les gustará bastante’. Aquella misma noche, los tres se dirigieron al bar con la sola ambición de salir de ahí con el nuevo integrante. Si bien los hechos no se dieron tan rápido, lo que verían sería simplemente increíble. Se trataba del músico más original y virtuoso que jamás habían visto. Un fuera de serie.
Con esa apariencia hippie que lo caracterizaba y los típicos jeans acampanados, Cliff en su inicio les puso las cosas bastante difíciles. Aunque la propuesta –tanto de vida como musical- que le ofrecía Metallica le convencía bastante, le demoraría seis meses tomar la decisión de unirse a la banda. A la postre, aceptó, pero la condición era que se mudasen al norte de San Francisco. Fue en este entonces que la expresión ‘L.A. sucks!’ se haría una broma recurrente en alusión al pésimo trato que allí recibieron.
Instalados en El Cerrito, San Francisco, su primer gran contacto llegaría pronto. Jonny Zazula y su esposa Marsha, dueños de ‘The Rock’and Roll Heaven’ –una tienda local de discos- estaban dispuestos a hacerlas de managers y pagarles 75 dólares por ir de gira dentro del país. Tarde o temprano, fue ese mismo tour el que empeoró la actitud y conducta de Dave al interior de la banda y gatilló su posterior salida. Se trataba del comienzo de un nuevo capítulo en sus vidas.
Un headbanger de nacimiento
La prominente carrera de Clifford Lee Burton comenzó a labrarse durante sus primeros años de vida. Nacido el 10 de febrero de 1962 en Castro Valley, California, y criado en el seno de una familia atípica y con claras tendencias hippies, Burton fue mimetizándose con sus padres –Jan y Ray Burton- y adquirió rasgos de personalidad que, con el tiempo, tanto sus amigos como la prensa especializada percibirían: realmente era un tipo relajado que tenía como lema único el vivir cada día como si fuera el último [Carpe Diem].
Ya en aquel entonces con su inicial faceta de hombre de negocios y contactos de peso, Lars, en una de las muchas conversaciones que mantenían, le preguntó a Brian Slagel –Metal Blade Records- sobre algún bajista que él conociera y que se adecuara al perfil de la banda. La respuesta les cambiaría la vida de ahí en adelante: ‘vayan esta noche al Troubadour y vean a Trauma. Creo que el bajista les gustará bastante’. Aquella misma noche, los tres se dirigieron al bar con la sola ambición de salir de ahí con el nuevo integrante. Si bien los hechos no se dieron tan rápido, lo que verían sería simplemente increíble. Se trataba del músico más original y virtuoso que jamás habían visto. Un fuera de serie.
Con esa apariencia hippie que lo caracterizaba y los típicos jeans acampanados, Cliff en su inicio les puso las cosas bastante difíciles. Aunque la propuesta –tanto de vida como musical- que le ofrecía Metallica le convencía bastante, le demoraría seis meses tomar la decisión de unirse a la banda. A la postre, aceptó, pero la condición era que se mudasen al norte de San Francisco. Fue en este entonces que la expresión ‘L.A. sucks!’ se haría una broma recurrente en alusión al pésimo trato que allí recibieron.
Instalados en El Cerrito, San Francisco, su primer gran contacto llegaría pronto. Jonny Zazula y su esposa Marsha, dueños de ‘The Rock’and Roll Heaven’ –una tienda local de discos- estaban dispuestos a hacerlas de managers y pagarles 75 dólares por ir de gira dentro del país. Tarde o temprano, fue ese mismo tour el que empeoró la actitud y conducta de Dave al interior de la banda y gatilló su posterior salida. Se trataba del comienzo de un nuevo capítulo en sus vidas.
Un headbanger de nacimiento
La prominente carrera de Clifford Lee Burton comenzó a labrarse durante sus primeros años de vida. Nacido el 10 de febrero de 1962 en Castro Valley, California, y criado en el seno de una familia atípica y con claras tendencias hippies, Burton fue mimetizándose con sus padres –Jan y Ray Burton- y adquirió rasgos de personalidad que, con el tiempo, tanto sus amigos como la prensa especializada percibirían: realmente era un tipo relajado que tenía como lema único el vivir cada día como si fuera el último [Carpe Diem].
El interés inicial que tuvo hacia la música se dio a la edad de seis años. Entre la sicodelia y el rock clásico que, por esos días, abundaba como música de fondo en el living de su casa, comenzó a tomar clases de cello, su primer instrumento. Es este hecho el que, de buenas a primeras, captaría su amor por los autores clásicos y su posterior, y siempre idílica aspiración junto a Metallica de, algún día, llegar a adaptar las canciones del grupo para tocarlas con una orquesta. Como todos sabemos, en 1999 se honraría ese eterno anhelo y el cuarteto interpretaría sus principales éxitos junto al fallecido Michael Kamen y la orquesta sinfónica de San Francisco. Sin datos anexos de por medio, Cliff tomó también clases de piano, todo esto compaginado con su afición por el baseball y su constante participación en la liga local.
Tras graduarse en el año 1980 en la Castro Valley High School, y ya con el bajo como su instrumento predilecto, Cliff tomó sus principales influencias –Black Sabbath, Blue Öyster Cult, Rush, The Misfits y Thin Lizzy- y comenzó a participar en una serie de proyectos que, aunque nunca alcanzaron el reconocimiento público, lograron pertenecer a una cultura underground y gestar una sólida base de seguidores. Uno de ellos fue Trauma.
Con dicha banda, la figura de Cliff Burton comenzó rápidamente a tomar popularidad. A un año de tocar en diversos pubs locales era, sin exagerar, el bajista más codiciado dentro del sector de la bahía californiana. Y no es una exageración. Su inusual y extravagante forma de tocar el bajo no dejaba a nadie indiferente. Era simplemente cuestión de actitud sobre el escenario. Tocaba cada vez más fuerte, cada vez más rápido y siempre con un incesante cabeceo. Era algo recurrente que, en las mañanas siguientes a alguna de las tantas presentaciones que tenía junto a Trauma, se levantara comentando sobre el increíble dolor que sentía en el cuello. Más temprano que tarde, y no si antes hacerse de rogar bastante, Cliff terminó uniéndose a las filas de Metallica. El éxito tardó poco en llegar, pero el destino –si es que tal cosa existe- le deparaba otro plan.
As de espadas
La aceptación masiva que trajo la edición de los tres primeros discos de Metallica es un hecho merecido e irrefutable. Pero más allá de esto, y sin quitarle crédito al resto de los integrantes, fue la mente creativa y visión musical intransigente de Burton lo que, sin duda alguna, posicionó al cuarteto en el pedestal que hoy se encuentra. Su punto de vista era simple; nada de poses, nada de apariencias prefabricadas. ‘¿Para qué cambiar cuando estamos sobre el escenario? No queremos hacer nada grande ni elegante. Sólo nos gusta ser nosotros y hacer lo que hacemos... nos gusta mantenerlo así’, dijo por el año 1986 el joven bajista.
En la primavera de ese mismo año, y cargando la mochila del éxito que tuvieron junto a Ozzy Osbourne durante el tour que mantuvieron como grupo soporte, la banda se lanzó a su tan esperada gira europea. Era un sueño que Lars siempre había tenido; volver a su tierra natal.
Una noche de septiembre, el grupo se encontraba viajando en bus desde Estocolmo hacia Copenhague, la ciudad natal de Ulrich. El medio de transporte ocupado durante aquella gira era realmente precario, no como hoy en día que existen vehículos especialmente acondicionados para este tipo de propósitos. Se trasladaban y dormían en esta chatarra que ni para cortinas daba –tapaban las ventanas con unas improvisadas cartulinas negras. El grupo y su staff de técnicos y manager solían pasar muchas noches ahí –ya era una costumbre asumida.
Esa misma noche se entabló una disputa amistosa entre Kirk y Cliff acerca de cómo y dónde iba a dormir cada uno; todo concluyó con un juego de cartas. La primera que Cliff escogió del mazo fue un as de espadas. Obviamente, como ganador por sacar mayor número, éste le dijo a Hammet, ‘quiero tu cama’, a lo cual él accedió sin problemas. Ya todos dormidos, y con una temperatura que seguramente bordeaba los cinco grados bajo cero, la calma de la noche pronto se quebrantaría.
Eran las cinco o seis de la mañana cuando un chirrido de llantas despertó a casi todos. En cuestión de segundos el bus comenzó a deslizarse sin rumbo por la pista para terminar volcándose; quedaron al revés. Con la conmoción de los hechos y con casi todos los pasajeros en ropa interior, la desesperación comenzó a primar. Todos gritaban y lloraban, todos menos Cliff. Aún hoy en día Kirk recuerda que ‘el conductor comenzó a tirar una manta que estaba debajo del vehículo’, pretendiendo cubrir el cuerpo de Burton. La escena era dantesca. Con la fuerza del impacto, el cuerpo del bajista salió disparado por una de las ventanas laterales y el bus le cayó encima. Básicamente lo que pasó es que nunca más despertó.
Aquella madrugada del sábado del 27 de septiembre de 1986 todo cambiaría abruptamente. A la edad de 24 años, y con una corta pero increíble carrera musical a su haber, Cliff Burton moría a pocos kilómetros de la localidad de Jonvay y en cuestión de horas la noticia daría la vuelta al mundo. Tras eso todo fue muy confuso. El grupo y su staff volvieron al hotel a intentar descansar. Sin embargo, y como buenos bebedores que eran, de ahí en adelante sólo harían eso; tomar y tomar. De hecho, al día siguiente del trágico hecho, el mismo Kirk Hammett recuerda ‘haber escuchado a James ebrio en la calle, a eso de las cuatro de la mañana, gritando, ¡Cliff!, ¡Cliff!, ¿dónde estás?’. El mito se había roto. Las bandas realmente no eran intocables y estar de gira podía traer consigo una sin fin de peligros: la gente muere, y fue algo muy difícil de digerir.
El fantasma de Cliff
Hoy, a veinte años de aquel trágico hecho, la realidad no puede ser más obvia. El tema, y con razón, aún es algo que afecta profundamente a Metallica. En un intento de hablar con ellos para esta publicación, HQ Prime –la multinacional que administra al grupo- declaró que ‘en estos momentos se encuentran en proceso de grabación y demasiado ocupados para hablar de dicha cuestión’.
Sea como sea, lo cierto es que el peso de este virtuoso de la música no pasa desapercibido para nadie. En los discos posteriores al Master of Puppets –es decir del And Justice For All en adelante- la presencia de él era algo más que obvio. De nada ha de extrañarnos que Jason Newsted abandonase el grupo hace un par de años. Lo impresionante es que haya soportado tanto. Con una pérdida tan grande y aún tan cerca, el nuevo bajista se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males y penas de la banda.
Tema aparte, y bastante trillado por cierto, es esta faceta más comercial que la banda comenzó a explotar y que, nos guste o no, tuvo como resultado cinco discos de estudio que, si bien no fueron del gusto de muchos, hizo recaudar enormes dividendos a Metallica.
Presunciones aparte, la verdad es que le llovió sobre mojado a Burton. Pasó a la historia como un objeto de culto y adoración para una subcultura que sí alcanzó a escucharlo en vivo y que, hoy por hoy, lo ha transformado en algo que él nunca imaginó –y tampoco pretendió ser: un rockstar. A meses de que salga el nuevo disco de la banda que lo vio nacer y con este inusitado despliegue de singles y nuevas canciones, sólo queda decir: vaya que te extrañamos por estos lados, Cliff.
Tras graduarse en el año 1980 en la Castro Valley High School, y ya con el bajo como su instrumento predilecto, Cliff tomó sus principales influencias –Black Sabbath, Blue Öyster Cult, Rush, The Misfits y Thin Lizzy- y comenzó a participar en una serie de proyectos que, aunque nunca alcanzaron el reconocimiento público, lograron pertenecer a una cultura underground y gestar una sólida base de seguidores. Uno de ellos fue Trauma.
Con dicha banda, la figura de Cliff Burton comenzó rápidamente a tomar popularidad. A un año de tocar en diversos pubs locales era, sin exagerar, el bajista más codiciado dentro del sector de la bahía californiana. Y no es una exageración. Su inusual y extravagante forma de tocar el bajo no dejaba a nadie indiferente. Era simplemente cuestión de actitud sobre el escenario. Tocaba cada vez más fuerte, cada vez más rápido y siempre con un incesante cabeceo. Era algo recurrente que, en las mañanas siguientes a alguna de las tantas presentaciones que tenía junto a Trauma, se levantara comentando sobre el increíble dolor que sentía en el cuello. Más temprano que tarde, y no si antes hacerse de rogar bastante, Cliff terminó uniéndose a las filas de Metallica. El éxito tardó poco en llegar, pero el destino –si es que tal cosa existe- le deparaba otro plan.
As de espadas
La aceptación masiva que trajo la edición de los tres primeros discos de Metallica es un hecho merecido e irrefutable. Pero más allá de esto, y sin quitarle crédito al resto de los integrantes, fue la mente creativa y visión musical intransigente de Burton lo que, sin duda alguna, posicionó al cuarteto en el pedestal que hoy se encuentra. Su punto de vista era simple; nada de poses, nada de apariencias prefabricadas. ‘¿Para qué cambiar cuando estamos sobre el escenario? No queremos hacer nada grande ni elegante. Sólo nos gusta ser nosotros y hacer lo que hacemos... nos gusta mantenerlo así’, dijo por el año 1986 el joven bajista.
En la primavera de ese mismo año, y cargando la mochila del éxito que tuvieron junto a Ozzy Osbourne durante el tour que mantuvieron como grupo soporte, la banda se lanzó a su tan esperada gira europea. Era un sueño que Lars siempre había tenido; volver a su tierra natal.
Una noche de septiembre, el grupo se encontraba viajando en bus desde Estocolmo hacia Copenhague, la ciudad natal de Ulrich. El medio de transporte ocupado durante aquella gira era realmente precario, no como hoy en día que existen vehículos especialmente acondicionados para este tipo de propósitos. Se trasladaban y dormían en esta chatarra que ni para cortinas daba –tapaban las ventanas con unas improvisadas cartulinas negras. El grupo y su staff de técnicos y manager solían pasar muchas noches ahí –ya era una costumbre asumida.
Esa misma noche se entabló una disputa amistosa entre Kirk y Cliff acerca de cómo y dónde iba a dormir cada uno; todo concluyó con un juego de cartas. La primera que Cliff escogió del mazo fue un as de espadas. Obviamente, como ganador por sacar mayor número, éste le dijo a Hammet, ‘quiero tu cama’, a lo cual él accedió sin problemas. Ya todos dormidos, y con una temperatura que seguramente bordeaba los cinco grados bajo cero, la calma de la noche pronto se quebrantaría.
Eran las cinco o seis de la mañana cuando un chirrido de llantas despertó a casi todos. En cuestión de segundos el bus comenzó a deslizarse sin rumbo por la pista para terminar volcándose; quedaron al revés. Con la conmoción de los hechos y con casi todos los pasajeros en ropa interior, la desesperación comenzó a primar. Todos gritaban y lloraban, todos menos Cliff. Aún hoy en día Kirk recuerda que ‘el conductor comenzó a tirar una manta que estaba debajo del vehículo’, pretendiendo cubrir el cuerpo de Burton. La escena era dantesca. Con la fuerza del impacto, el cuerpo del bajista salió disparado por una de las ventanas laterales y el bus le cayó encima. Básicamente lo que pasó es que nunca más despertó.
Aquella madrugada del sábado del 27 de septiembre de 1986 todo cambiaría abruptamente. A la edad de 24 años, y con una corta pero increíble carrera musical a su haber, Cliff Burton moría a pocos kilómetros de la localidad de Jonvay y en cuestión de horas la noticia daría la vuelta al mundo. Tras eso todo fue muy confuso. El grupo y su staff volvieron al hotel a intentar descansar. Sin embargo, y como buenos bebedores que eran, de ahí en adelante sólo harían eso; tomar y tomar. De hecho, al día siguiente del trágico hecho, el mismo Kirk Hammett recuerda ‘haber escuchado a James ebrio en la calle, a eso de las cuatro de la mañana, gritando, ¡Cliff!, ¡Cliff!, ¿dónde estás?’. El mito se había roto. Las bandas realmente no eran intocables y estar de gira podía traer consigo una sin fin de peligros: la gente muere, y fue algo muy difícil de digerir.
El fantasma de Cliff
Hoy, a veinte años de aquel trágico hecho, la realidad no puede ser más obvia. El tema, y con razón, aún es algo que afecta profundamente a Metallica. En un intento de hablar con ellos para esta publicación, HQ Prime –la multinacional que administra al grupo- declaró que ‘en estos momentos se encuentran en proceso de grabación y demasiado ocupados para hablar de dicha cuestión’.
Sea como sea, lo cierto es que el peso de este virtuoso de la música no pasa desapercibido para nadie. En los discos posteriores al Master of Puppets –es decir del And Justice For All en adelante- la presencia de él era algo más que obvio. De nada ha de extrañarnos que Jason Newsted abandonase el grupo hace un par de años. Lo impresionante es que haya soportado tanto. Con una pérdida tan grande y aún tan cerca, el nuevo bajista se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males y penas de la banda.
Tema aparte, y bastante trillado por cierto, es esta faceta más comercial que la banda comenzó a explotar y que, nos guste o no, tuvo como resultado cinco discos de estudio que, si bien no fueron del gusto de muchos, hizo recaudar enormes dividendos a Metallica.
Presunciones aparte, la verdad es que le llovió sobre mojado a Burton. Pasó a la historia como un objeto de culto y adoración para una subcultura que sí alcanzó a escucharlo en vivo y que, hoy por hoy, lo ha transformado en algo que él nunca imaginó –y tampoco pretendió ser: un rockstar. A meses de que salga el nuevo disco de la banda que lo vio nacer y con este inusitado despliegue de singles y nuevas canciones, sólo queda decir: vaya que te extrañamos por estos lados, Cliff.
(*) Originalmente publicado en Revista Rockaxis, Nº 49, septiembre de 2006.
lunes, septiembre 18, 2006
Arctic Monkeys: La nueva savia del rock and roll
No se percibía tanto entusiasmo respecto a un grupo en la gran isla desde 1994, año en que debutó Oasis. Resguardando cuidado en dicho parangón, Arctic Monkeys y su disco debut encarnan aquello que, anteriormente, ha enaltecido a tantos otros grupos: la actitud. Jóvenes, inexpertos o irreverentes, prometen ser la materia prima de una nueva generación iconoclasta sedienta de alguien a quien idolatrar.
Son el fenómeno musical de este año, no cabe duda. Sin todavía haberse sacudido la viruta de la pubertad del cuerpo, el cuarteto inglés compuesto por Alex Turner en la voz, Jamie Cook en la guitarra, Andy Nicholson en el bajo y Matt Helders en la batería, ha pasado a ser, en cuestión de meses, una de las bandas fetiche de la crítica mundial y tema obligado de conversación en cualquier sitio del mismo medio que, hace un año y poco, los vio nacer: la Internet.
Con ‘Whatever people say I am, that’s what I’m not’ como su tarjeta de presentación, dicho cuarteto oriundo de Sheffield, Inglaterra –cuna musical de Pulp y Cabaret Voltaire-, ha invadido y repletado en tiempo record, un nicho de la industria que, anteriormente, vio nacer a agrupaciones de la talla de Franz Ferdinand, Hot Hot Heat, Kaiser Chiefs y The Streets. Similitudes aparte, lo cierto es que, los quieras u odies, su música parece no pasar desapercibida. Con menos de 20 años como edad promedio, sus dos primeros singles fueron número uno en su país y su hasta ahora único disco, vendió 120 mil copias en su primer día; todo un record en el reino unido.
Pero si es que hubiese que buscar algún ‘culpable’ de este masivo reconocimiento, más allá de su estrategia de marketing mediante la red, su ímpetu e irreverencia adolescente o aquella imagen de ‘me importa un carajo lo que piensen de mi’, es su propia placa debut la que merece todos los elogios y adulaciones habidas y por haber, y la que, hoy por hoy, los tiene posicionados en aquel pedestal de gloria que, enaltecimientos aparte, bien se tienen merecido. “A veces me cansa que la gente diga que somos un producto armado por el mercado...ya estábamos ahí cuando la prensa nos descubrió, así que no jodan más”, afirma con el ya mencionado espíritu irrespetuoso el frontman de la banda, Alex.
Grabado en la pequeña localidad de Spalding, Lincolnshire, un pueblo casi desértico y que, a la larga, “se convirtió en lo que justamente necesitábamos para grabar una canción por día y aislarnos del mundo”, según cuenta el mismo Alex-, el cedé de los ‘monos del ártico’ parece haber llegado a revolucionar todo a su alrededor. No se trata de fama, adoración o simple glorificación si sentido. Esta propuesta pretende mucho más que eso. Se trata de actitud, insolencia y postura de no compromiso con sus fans: hacen música para ellos mismos y lo reconocen.
El disco es, a primera impresión, una patada en la entrepierna. Cero pretensión y menos aún algún intento por entregar un producto final pulido y refinado. El concepto encerrado en el compilado es el de generar un sonido único e irrepetible que, al ser escuchado por primera vez, pueda incluso desagradarte y ofender tu dignidad. Pero seamos sinceros, de eso se trata. En ningún momento existe la ambición de crear los denominados ‘trabajos redondos’ y menos aún productos finales para ser interpretados frente a grandes audiencias. “No podemos escribir canciones para estadios, como Coldplay o U2. Aunque tampoco quiero ser un artista de culto que toque para diez personas”, afirma el mismo Alex.
Artista masivo o de culto, el éxito es evidente. Cumpliéndose dos años de aquel vago debut el 13 de junio de 2003 ante 30 personas en The Grapes, un pub de su pueblo natal, donde tocaron covers de The Beatles y The White Stripes, el arrastre de estos chicos no puede ser más indiscutible. Recién hace algunas semanas se hicieron acreedores de nada más y nada menos que el Mercury Prize, el premio más importante que se concede anualmente a un disco realizado por artistas británicos o irlandeses y en los que, anteriormente, figuraron Primal Scream, Suede, Pulp, Portishead, PJ Harvey, Franz Ferdinand o Antony & the Johnsons, entre otros.
Pero, ¿a qué diablos se debe tal reconocimiento? El ‘secreto’ tal vez descanse en su desinhibida postura ante el medio, se reconocen como un producto y lo aprovechan. Incluso la prestigiosa publicación ‘The Economist’ los reconoció en dicho aspecto, ya que son una de las primeras bandas de la era moderna que realmente le ‘sacaron el jugo’ a esto de la Word Wide Web. Sus canciones eran intercambiadas mediante foros especializados y programas de descarga muchos antes de que la prensa o la televisión supiese acaso de su existencia.
Sea como sea, el LP puesto a la venta el 21 de febrero de este año promete mucho, al igual que sus creadores. Obviando la enorme cantidad de ventas registradas en el transcurso de este 2006, temas como la inicial The View from the Afternoon, Fake Tales of San Francisco, When the sun goes down o la misma I Bet You Look Good on the Dancefloor, logran dar vida a un disco que, de hacerlo, debe ser escuchado con suma detención y sin perder de vista un dato más que auspicioso: fue compuesto cuando sus miembros tenían apenas 17 años.
Son el fenómeno musical de este año, no cabe duda. Sin todavía haberse sacudido la viruta de la pubertad del cuerpo, el cuarteto inglés compuesto por Alex Turner en la voz, Jamie Cook en la guitarra, Andy Nicholson en el bajo y Matt Helders en la batería, ha pasado a ser, en cuestión de meses, una de las bandas fetiche de la crítica mundial y tema obligado de conversación en cualquier sitio del mismo medio que, hace un año y poco, los vio nacer: la Internet.
Con ‘Whatever people say I am, that’s what I’m not’ como su tarjeta de presentación, dicho cuarteto oriundo de Sheffield, Inglaterra –cuna musical de Pulp y Cabaret Voltaire-, ha invadido y repletado en tiempo record, un nicho de la industria que, anteriormente, vio nacer a agrupaciones de la talla de Franz Ferdinand, Hot Hot Heat, Kaiser Chiefs y The Streets. Similitudes aparte, lo cierto es que, los quieras u odies, su música parece no pasar desapercibida. Con menos de 20 años como edad promedio, sus dos primeros singles fueron número uno en su país y su hasta ahora único disco, vendió 120 mil copias en su primer día; todo un record en el reino unido.
Pero si es que hubiese que buscar algún ‘culpable’ de este masivo reconocimiento, más allá de su estrategia de marketing mediante la red, su ímpetu e irreverencia adolescente o aquella imagen de ‘me importa un carajo lo que piensen de mi’, es su propia placa debut la que merece todos los elogios y adulaciones habidas y por haber, y la que, hoy por hoy, los tiene posicionados en aquel pedestal de gloria que, enaltecimientos aparte, bien se tienen merecido. “A veces me cansa que la gente diga que somos un producto armado por el mercado...ya estábamos ahí cuando la prensa nos descubrió, así que no jodan más”, afirma con el ya mencionado espíritu irrespetuoso el frontman de la banda, Alex.
Grabado en la pequeña localidad de Spalding, Lincolnshire, un pueblo casi desértico y que, a la larga, “se convirtió en lo que justamente necesitábamos para grabar una canción por día y aislarnos del mundo”, según cuenta el mismo Alex-, el cedé de los ‘monos del ártico’ parece haber llegado a revolucionar todo a su alrededor. No se trata de fama, adoración o simple glorificación si sentido. Esta propuesta pretende mucho más que eso. Se trata de actitud, insolencia y postura de no compromiso con sus fans: hacen música para ellos mismos y lo reconocen.
El disco es, a primera impresión, una patada en la entrepierna. Cero pretensión y menos aún algún intento por entregar un producto final pulido y refinado. El concepto encerrado en el compilado es el de generar un sonido único e irrepetible que, al ser escuchado por primera vez, pueda incluso desagradarte y ofender tu dignidad. Pero seamos sinceros, de eso se trata. En ningún momento existe la ambición de crear los denominados ‘trabajos redondos’ y menos aún productos finales para ser interpretados frente a grandes audiencias. “No podemos escribir canciones para estadios, como Coldplay o U2. Aunque tampoco quiero ser un artista de culto que toque para diez personas”, afirma el mismo Alex.
Artista masivo o de culto, el éxito es evidente. Cumpliéndose dos años de aquel vago debut el 13 de junio de 2003 ante 30 personas en The Grapes, un pub de su pueblo natal, donde tocaron covers de The Beatles y The White Stripes, el arrastre de estos chicos no puede ser más indiscutible. Recién hace algunas semanas se hicieron acreedores de nada más y nada menos que el Mercury Prize, el premio más importante que se concede anualmente a un disco realizado por artistas británicos o irlandeses y en los que, anteriormente, figuraron Primal Scream, Suede, Pulp, Portishead, PJ Harvey, Franz Ferdinand o Antony & the Johnsons, entre otros.
Pero, ¿a qué diablos se debe tal reconocimiento? El ‘secreto’ tal vez descanse en su desinhibida postura ante el medio, se reconocen como un producto y lo aprovechan. Incluso la prestigiosa publicación ‘The Economist’ los reconoció en dicho aspecto, ya que son una de las primeras bandas de la era moderna que realmente le ‘sacaron el jugo’ a esto de la Word Wide Web. Sus canciones eran intercambiadas mediante foros especializados y programas de descarga muchos antes de que la prensa o la televisión supiese acaso de su existencia.
Sea como sea, el LP puesto a la venta el 21 de febrero de este año promete mucho, al igual que sus creadores. Obviando la enorme cantidad de ventas registradas en el transcurso de este 2006, temas como la inicial The View from the Afternoon, Fake Tales of San Francisco, When the sun goes down o la misma I Bet You Look Good on the Dancefloor, logran dar vida a un disco que, de hacerlo, debe ser escuchado con suma detención y sin perder de vista un dato más que auspicioso: fue compuesto cuando sus miembros tenían apenas 17 años.
Este simple hecho, además del jugoso contrato que tienen con Dominó Records –misma casa discográfica de Franz Ferdinand-, y de la prominente base de fans que han ido conformando a lo largo y ancho de toda gran bretaña y el mundo, augura un año ciertamente redondo para la agrupación y una carrera que de todas formas debe ser observada con suma detención. Y bien, el mismo vocalista sabe bien de que se trata todo esto. “Hemos generado, sin quererlo, algo que nunca esperamos. De un día para otro somos famosos y, eso, es increíble. Pero si tanto gustamos, ¿algo tenemos que estar haciendo bien, no?”
Para escuchar parte del disco de Arctic Monkeys, click aquí.
martes, septiembre 12, 2006
Silverchair y su esperado regreso: los canguros ya tienen con que saltar
Dejando por el suelo todas las ridículas teorías y rumores de separación, Silverchair por fin vuelve a fines de este año con sus esperado quinto disco. Son casi cinco años de espera y suspenso por parte de uno de los pocos sobrevivientes -junto a Pearl Jam- de la hoy en día desaparecida corriente oriunda de seattle: el grunge. Sea como sea están de vuelta y, según web, mejor que nunca.
Noticias aparte, su sonido pareciera ser un hijo renovado de Nirvana y Pearl Jam. A modo de recuerdo, estos jóvenes australianos irrumpieron en el mercado mundial en 1995 con su álbum debut, “Frogstomp”, que lo grabaron cuando apenas tenían 15 años de edad. Originalmente llamados Innocent Criminals, Silverchair fue formado en 1992 en Newcastle, Australia, por tres compañeros de colegio: el vocalista y guitarrista Daniel Johns, el bajista Chris Joannou y el baterista Ben Gillies. Dos años más tarde su primer demo fue elegido como el ganador de un concurso de talentos que hacían en un programa de la televisión local, Nomad, y apoyado por la estación radial 2JJJ-FM. El premio era un día en el estudio de grabación de la radio y la grabación de un video para la canción ganadora, ‘Tomorrow’.
El single recién grabado y su primer video fueron lanzados al aire antes que Innocent Criminal tuviera siquiera su primer contrato, lo que ayudó a que la banda comenzara a hacerse de una gran base de fanáticos adolescentes. Esto se vio traducido en una inusitada competencia entre los sellos australianos por firmar al grupo, la que finalmente fue ganada por Murmur, una subsidiaria de Sony Music. Antes de lanzar su primer single oficial, ‘Tomorrow’, en septiembre de 1994, la banda cambió su nombre a Silverchair, iniciando el verdadero camino de la fama internacional. ‘Tomorrow’ se convirtió en un súper hit en Australia, alcanzando el número uno y llegando al lugar número cuatro dentro de los singles más vendidos en toda la historia de la música originaria de ese país.
En enero de 1995 lanzan su segundo single, ‘Pure Massacre’, el que también alcanza el número uno. Ese mismo mes graban su álbum debut “Frogstomp” en tal sólo una semana, el que se convierte en el primer álbum australiano en entrar en el número uno del ranking de ese país y vender disco de platino durante la primera semana. Más tarde se convertiría en doble disco de platino y pasaría seis semanas al tope de los rankings. En Estados Unidos el éxito de Silverchair fue casi tan rápido como en Australia. Editado en el verano de 1995, “Frogstomp” comenzó a subir súbitamente en los rankings norteamericanos, gracias a la alta rotación que MTV y las radios de rock moderno le dieron al single ‘Tomorrow’. Muy pronto el álbum consiguió el disco de platino y el segundo single, ‘Pure Massacre’, se transformó en el hit radial de fines de 1995. Durante la primera mitad de 1996 el grupo se dedicó a mostrar su material en vivo, dejando la otra mitad para componer y grabar el material que compondría su segundo disco. “Freak Show” saldría editado en 1997 en todo el mundo y recibió mejores comentarios que su predecesor, alegando influencias más clásicas como las de Led Zeppelin y modernas como Helmet y Rollins Band, pero no lograron vender tantos discos como aquel. Sin embargo, por esa época se mantenían como uno de los pocos grupos que explotaban una corriente post-Nirvana con éxito. De esa manera seguían haciendo exitosas presentaciones en Estados Unidos y alimentando su condición de ídolos en su tierra natal. Además, tuvieron la oportunidad de presentar nuevas canciones para las bandas sonoras de Spawn y The Cable Guy, lo que los mantenía vigentes en el medio.
Sin embargo, los años no pasan en vano. La banda que con apenas quince años irrumpió en el mercado, tuvo que adoptar un discurso más adulto en sus letras, lo que se vería ratificado dos años más tarde con su tercer disco, “Neon Ballroom”. La expectativa para este nuevo trabajo de la banda había bajado considerablemente pero de todas maneras se las ingeniaron para imponer el single ‘Anthem For The Year 2000’ como uno de los más rotados en las radios de rock moderno, consiguiendo vender aceptablemente.
Con Nuevo disco bajo el brazo, Silverchair inició el tour que, al menos por un buen tiempo, sería su despedida temporal de los escenarios masivos. Recaudando en venta de tickets inclusive más que la gira respectiva al álbum con el gordito en la portada, gran parte de Europa y, por estos lados, Brasil, marcaron un hito en la vida de la banda. El disco, repleto de letras con una enorme carga emocional, comenzó a hacerse conocido. Temas como Ana’s Song” –que guarda relación directa con la anorexia de Daniel Johns-, “Emotion Sickness” y la sentimental “Miss You Love” lograron demostrar que, detrás de una estética neo-pop-grunge, existía un enorme interés por gritarle a la sociedad actual. En 1999, finalizando la gira que les llevó a compartir escenario en los Estados Unidos con bandas como Red Hot Chili Peppers y Blink 182, anunciaron que se tomarían un ‘break’ de un año para ‘recargar las pilas’.
Descartando de lleno los rumores de separación que deambularon en Australia durante aquel casi año y medio, en el que, por cierto, el trío tocó en uno que otro festival, Junio del año 2001 marca su esperado retorno al estudio de grabación. Bajo la producción del respetado David Bottrill (Tool, Peter Gabriel, King Crimson, etc.), la banda comenzó a trabajar en Sydney lo que se transformaría en su cuarto álbum, “Diorama”, placa que posee la co-producción de Johns.
El disco, que cuenta con la notable cooperación en arreglos orquestales del otrora colaborador de grupos como Beach Boys y U2, Van Dyke Parks, debuta a comienzos de enero de 2002 con el single “The Greatest View”, canción que, según los integrantes de la agrupación y el mismo Daniel Johns, representa fidedignamente el espíritu del álbum: la deshumanización del mundo actual.
Aunque los fans más rockeros no recibieron muy bien este nuevo trabajo repleto de mensajes al borde del llanto, el grupo se las ingenió para reinventarse y lograr vender 140.000 copias (doble disco de platino) tan sólo en Australia. Sin embargo la gira prevista para promocionar el mismo, se vería abruptamente interrumpida por una abrumadora noticia. Daniel Johns, con tan solo 22 años de edad, corría grave peligro de no poder tocar guitarra nunca más e incluso verse postrado de por vida a una silla de ruedas tras pronosticársele una artritis reactiva. El 2002 marca un año fatal para la agrupación. Con su ‘frontman’ en rehabilitación, la promoción de su último trabajo de estudio se ve absolutamente diezmada.
Pero todo empezaría a cambiar para mejor. En octubre de ese año, cuando “Diorama” proclamaba a Silverchair como una de las mejores bandas de la tierra de los canguros en los premios ARIA Awards (equivalente a los Billboard o Grammy Awards), incluyendo el galardón a “Mejor Grupo” y “Mejor Álbum de Rock”, la banda haría una inesperada presentación en aquella noche de gala tocando el single de su último trabajo, “The Greatest View”, hecho que ayudaría enormemente a promocionar el alicaído disco e incluso posicionaría entre los primeros lugares de los TOP 20 de aquel país.
Tras toda esta algarabía, Daniel Johns anuncia sus intenciones de potenciar el grupo paralelo que sostenía con el músico australiano Paul Mac, colaborador de Silverchair desde 1997. La nueva banda, llamada The Dissociatives, que intentó explorar en la faceta más melódica de Johns, amenazaba con romper por completo las ya distendidas relaciones al interior de la agrupación. No obstante, en noviembre de 2005 la banda anuncia que se encuentra trabajando en la composición y arreglo de temas para lo que sería su quinto álbum de estudio y que, de salir todo según lo previsto, sería grabado en mayo de 2006, para salir a la venta a fines del mismo año, o comienzos del 2007.
El single recién grabado y su primer video fueron lanzados al aire antes que Innocent Criminal tuviera siquiera su primer contrato, lo que ayudó a que la banda comenzara a hacerse de una gran base de fanáticos adolescentes. Esto se vio traducido en una inusitada competencia entre los sellos australianos por firmar al grupo, la que finalmente fue ganada por Murmur, una subsidiaria de Sony Music. Antes de lanzar su primer single oficial, ‘Tomorrow’, en septiembre de 1994, la banda cambió su nombre a Silverchair, iniciando el verdadero camino de la fama internacional. ‘Tomorrow’ se convirtió en un súper hit en Australia, alcanzando el número uno y llegando al lugar número cuatro dentro de los singles más vendidos en toda la historia de la música originaria de ese país.
En enero de 1995 lanzan su segundo single, ‘Pure Massacre’, el que también alcanza el número uno. Ese mismo mes graban su álbum debut “Frogstomp” en tal sólo una semana, el que se convierte en el primer álbum australiano en entrar en el número uno del ranking de ese país y vender disco de platino durante la primera semana. Más tarde se convertiría en doble disco de platino y pasaría seis semanas al tope de los rankings. En Estados Unidos el éxito de Silverchair fue casi tan rápido como en Australia. Editado en el verano de 1995, “Frogstomp” comenzó a subir súbitamente en los rankings norteamericanos, gracias a la alta rotación que MTV y las radios de rock moderno le dieron al single ‘Tomorrow’. Muy pronto el álbum consiguió el disco de platino y el segundo single, ‘Pure Massacre’, se transformó en el hit radial de fines de 1995. Durante la primera mitad de 1996 el grupo se dedicó a mostrar su material en vivo, dejando la otra mitad para componer y grabar el material que compondría su segundo disco. “Freak Show” saldría editado en 1997 en todo el mundo y recibió mejores comentarios que su predecesor, alegando influencias más clásicas como las de Led Zeppelin y modernas como Helmet y Rollins Band, pero no lograron vender tantos discos como aquel. Sin embargo, por esa época se mantenían como uno de los pocos grupos que explotaban una corriente post-Nirvana con éxito. De esa manera seguían haciendo exitosas presentaciones en Estados Unidos y alimentando su condición de ídolos en su tierra natal. Además, tuvieron la oportunidad de presentar nuevas canciones para las bandas sonoras de Spawn y The Cable Guy, lo que los mantenía vigentes en el medio.
Sin embargo, los años no pasan en vano. La banda que con apenas quince años irrumpió en el mercado, tuvo que adoptar un discurso más adulto en sus letras, lo que se vería ratificado dos años más tarde con su tercer disco, “Neon Ballroom”. La expectativa para este nuevo trabajo de la banda había bajado considerablemente pero de todas maneras se las ingeniaron para imponer el single ‘Anthem For The Year 2000’ como uno de los más rotados en las radios de rock moderno, consiguiendo vender aceptablemente.
Con Nuevo disco bajo el brazo, Silverchair inició el tour que, al menos por un buen tiempo, sería su despedida temporal de los escenarios masivos. Recaudando en venta de tickets inclusive más que la gira respectiva al álbum con el gordito en la portada, gran parte de Europa y, por estos lados, Brasil, marcaron un hito en la vida de la banda. El disco, repleto de letras con una enorme carga emocional, comenzó a hacerse conocido. Temas como Ana’s Song” –que guarda relación directa con la anorexia de Daniel Johns-, “Emotion Sickness” y la sentimental “Miss You Love” lograron demostrar que, detrás de una estética neo-pop-grunge, existía un enorme interés por gritarle a la sociedad actual. En 1999, finalizando la gira que les llevó a compartir escenario en los Estados Unidos con bandas como Red Hot Chili Peppers y Blink 182, anunciaron que se tomarían un ‘break’ de un año para ‘recargar las pilas’.
Descartando de lleno los rumores de separación que deambularon en Australia durante aquel casi año y medio, en el que, por cierto, el trío tocó en uno que otro festival, Junio del año 2001 marca su esperado retorno al estudio de grabación. Bajo la producción del respetado David Bottrill (Tool, Peter Gabriel, King Crimson, etc.), la banda comenzó a trabajar en Sydney lo que se transformaría en su cuarto álbum, “Diorama”, placa que posee la co-producción de Johns.
El disco, que cuenta con la notable cooperación en arreglos orquestales del otrora colaborador de grupos como Beach Boys y U2, Van Dyke Parks, debuta a comienzos de enero de 2002 con el single “The Greatest View”, canción que, según los integrantes de la agrupación y el mismo Daniel Johns, representa fidedignamente el espíritu del álbum: la deshumanización del mundo actual.
Aunque los fans más rockeros no recibieron muy bien este nuevo trabajo repleto de mensajes al borde del llanto, el grupo se las ingenió para reinventarse y lograr vender 140.000 copias (doble disco de platino) tan sólo en Australia. Sin embargo la gira prevista para promocionar el mismo, se vería abruptamente interrumpida por una abrumadora noticia. Daniel Johns, con tan solo 22 años de edad, corría grave peligro de no poder tocar guitarra nunca más e incluso verse postrado de por vida a una silla de ruedas tras pronosticársele una artritis reactiva. El 2002 marca un año fatal para la agrupación. Con su ‘frontman’ en rehabilitación, la promoción de su último trabajo de estudio se ve absolutamente diezmada.
Pero todo empezaría a cambiar para mejor. En octubre de ese año, cuando “Diorama” proclamaba a Silverchair como una de las mejores bandas de la tierra de los canguros en los premios ARIA Awards (equivalente a los Billboard o Grammy Awards), incluyendo el galardón a “Mejor Grupo” y “Mejor Álbum de Rock”, la banda haría una inesperada presentación en aquella noche de gala tocando el single de su último trabajo, “The Greatest View”, hecho que ayudaría enormemente a promocionar el alicaído disco e incluso posicionaría entre los primeros lugares de los TOP 20 de aquel país.
Tras toda esta algarabía, Daniel Johns anuncia sus intenciones de potenciar el grupo paralelo que sostenía con el músico australiano Paul Mac, colaborador de Silverchair desde 1997. La nueva banda, llamada The Dissociatives, que intentó explorar en la faceta más melódica de Johns, amenazaba con romper por completo las ya distendidas relaciones al interior de la agrupación. No obstante, en noviembre de 2005 la banda anuncia que se encuentra trabajando en la composición y arreglo de temas para lo que sería su quinto álbum de estudio y que, de salir todo según lo previsto, sería grabado en mayo de 2006, para salir a la venta a fines del mismo año, o comienzos del 2007.
Así que ya saben. A esperar -y rogar- porque este nuevo disco no sea simplemente uno más dentro de su repertorio. Muchas veces este tipo de retornos casi 'épicos' quedan en nada y terminan cayéndose por sus propios medios, lo que sólo sirve para perder la fe en que, sin querer ser pesimista, tal vez los buenos músicos dejaron de existir hace mucho.